Fumo por la maña. Antes, salí por un café y el periódico. Ah, y más cigarros.
Mientras espero con mi hermana a que una moto Uber pase por ella, empezamos a hablar y me cuenta una anécdota. Un porqué de sus motivos en su vida. Escucho asombrado el relato de una pistola, una mujer y sus amenazas.
Me hace pensar en cómo sentiría yo aquellas vivencias. Es decir, si me acaba de ocurrir algo parecido y apenas pude soportarlo, aquel relato que suena mucho peor ¿qué habría pasado en mí?
Recuerdos me sobrevienen en un tejemaneje. Recuerdo una noche en una discoteca, donde la mujer con la que bailé traía una falda de pana que curiosamente, es la tela de la bolsa de mi hermana que está sobre la mesa.
Prendo otro cigarro y mi hermana dice que de todas formas no piensa quedarse aquí; que su plan es ir a vivir en Europa. Tal vez las personas allá son más amables. Con un contacto menos directo a la violencia, sus vidas están menos corrompidas.
Dice, además, que se vino a vivir acá porque allá, las personas están muy violentas. También dice que ya no sabía qué era la sobriedad. Cosas así.
Vivo de recuerdos y de recuerdos ajenos.
Porque así es vivir. Que no se mal entienda. Vivir en el presente, cosa que suena a shaolin o meditación; como decía, vivir en el presente es bueno, tan bueno que (por lo menos mi memoria) hace una captura, una especie de holograma con colores y sensaciones para revivirlo después.
Hay en YouTube un video (el arte de pensar Roberto Bolaño) que trata de este tema. Así es como se siente. Una satisfacción de recordar momentos. De aclarar misterios, de darle un significado a alguna experiencia pasada.
¿No es así?