Crónica literaria de una batalla de cinco días

*Foto de Rapha Wilde en Unsplash

Qué difícil es escribir. Si hubiera tan siquiera una forma de transferir mis pensamientos a palabras con una especia de máquina.

Pero todo empezó, como dije, hace cinco días. Siempre de madrugada, cuando el enemigo mortal sale de no sé qué parte de mi cuarto.

Calificar de mortal, a un mosquito, quizá suéneles exagerado. Pero en realidad no. 

Me ha quitado el sueño durante estos últimos días. Es evasivo, sabe defenderse. Cuando presiente el peligro, es decir, después de varios ataques consecutivos de mi parte, él sabe retraerse, volver a la zona segura a esperar que baje mis defensas. Lo cual se le facilita por la hora. 

Las tres de la mañana; yo, medio dormido.

Tenaz, después de unos minutos, escucho una vez más su canto de batalla, su tormentoso zumbido. Vuelve al ataque. 

La penúltima vez que nos enfrentamos, fue una batalla larga, exhaustiva; yo tiré manotazos, el esquivaba y retraía. Luego volvía al ataque; mi ofensiva fue aún más brutal. Tomé una playera del suelo, y la blandí para intentar alcanzarlo. Pero él pudo resistir todos los ataques.

Esa penúltima batalla creí que sería la última. Creí que era yo el victorioso, pues preparé una emboscada. Me hice el dormido, cuando lo escuché cerca de mi cara, utilicé la cobija, que ya sostenía con las manos, para atraparlo como si fuera una gran ola de mar que se abalanzara sobre él. Lo atrapé en un puño, y lo mantuve apretado hasta que creí en mi victoria. Pero después de unos minutos solté las sábanas, y él salió volando.

Se retiró, y yo agotado decidí intentar dormir.

Lo que experimenté al creerme vencedor fue primero, por supuesto, alivio. Después, admiración por las cualidades de mi oponente. Las que ya eh mencionado. Es decir, su voluntad y tenacidad inquebrantables.

Lo admiré.

No voy a negar que por una parte me desmotivó saber que aún vivía, pero por otro lado creo haberlo admirado aún más.

La batalla final, sin embargo, fue inocua, aburrida, eh incluso inverosímil para el carácter que mi oponente había demostrado hasta el momento.

Voló cerca de mi cara, de nuevo, quizá fanfarroneando. Y a mi primer intento de atraparlo, lo pulvericé entre mis dedos.

Triste, triste final.

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