Al menos para mí. Escribir es como adentrarte en un bosque durante el otoño. Aunque en realidad podría ser en un bosque en cualquier estación del año.
Escribir es como sumergirte en el mar. Cuando estás ahí abajo, el mundo desaparece y te encuentras solo.
Solo pero contigo.
Osea tú y tu mundo interior.
¿Me explico?
Espero que sí.
Entonces por eso (por lo menos a mí) me cuesta trabajo enfrentarme a escribir. Y no a la página en blanco. Porque si ustedes también escriben, espero, ya se habrán dado cuenta que empezar a escribir es tan fácil como simplemente, empezar a hacerlo.
Por ejemplo, empiezas la historia con un “y él le dijo a ella”, o lo que sea, y de ahí te agarras y las palabras fluyen. Luego, por supuesto, (por lo menos a mí me pasa) te detienes, no puedes pasarte todo el día escribiendo. Entonces el día siguiente, algo te paraliza. Algo así como un temor. Algo que te impide abrir el documento y continuar la historia.
Creo que ( al menos para mí) es un miedo de enfrentarte a ti mismo. Asomarse al vacío lleno. Esa cosa que eres tú, y que si lo permites hace que te pongas a llorar.
Quizá eso significa escribir: Vaciar el contenido de la cubeta, porque si llega al tope, se derrama, y luego quién limpia.
Sin embargo, no me mal entiendan, escribir no es decir yo. Porque hay cosas que te llenan que no eres precisamente tú.