Crónica de una cena en un restaurante económico.

Foto de Nonsap Visuals en Unsplash

Fue un sábado por la tarde. Yo venía en bicicleta desde el centro de la ciudad. Tuve que recorrer seis kilómetros y medio  para llegar a mi casa. Pero me detengo en una esquina. Dentro hay una barra metálica donde puedes comer la pizza, Hotdogs, y todas las chucherías que compres.

Ya para aquel sábado este lugar es uno habitual de mis días. No de todos, pero algunos.

Ese sábado llego como a eso de las siete de la tarde (¿o de la noche?).

Pido en la caja una rebanada de pizza y la pago. Camino directo a la barra, y hay dos opciones para escoger, una es mirar la avenida, de hecho una conjunción donde se une otra avenida por lo cual ves carros subir o bajar, cruzar o venir; la segunda opción es mirar dentro del local. Por alguna razón que aún desconozco, elijo la segunda.

Doy una mordida a mi rebanada de pizza: Mucha masa, poca salsa de jitomate, queso en moderación, y unos cuantos peperoni.

Pero por veinte y siete pesos, la disfruto.

Pienso en la mujer que está ahí cuando voy a rellenar el café en las mañanas y pido un panqué y lo como mientras doy sorbos al café, y ella, se maquilla.

Pero aquel sábado el restaurante está poco frecuentado. El cajero tiene una sonrisa en la cara. Es un optimista, pienso, y doy otro mordida a la masa.

La verdad es que no es un restaurante, en realidad es un Seven-Eleven.

Otra verdad: No pudo escribir esta crónica porque aquel sábado ya pasó hace demasiado tiempo. Todo lo que puedo escribir sobre ello es de la pizza y el café. Los panqués son pasables porque por lo general tienen uno o dos días, quizá hasta tres.

Olvidé preguntarle al cajero de turno qué días llega el pan fresco.

Ahora, hasta la próxima vez que regresé por ahí.

Aquí termina mi croniquita.

Y me pregunto:

¿Qué es una crónica?

Fuertes abrazos: MANKSTO.

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