Me siento en la banca de un parque a fumar un cigarro antes de aventurarme en la jungla de la ciudad. Son las ocho veinticinco de la mañana. El sol se alza por mi lado derecho. Deambulo mi vista y, en el tercer piso de una casa, veo a un señor levantar pesas. Me hace pensar en las personas que como yo, prefieren disfrutar el ejercicio en las primeras horas de mañana.
Termino el cigarro y continuo. Tengo que pasar al banco para retirar efectivo. No está lejos del parque. En el camino veo la barba, corta, por el retrovisor de la motociclista de un señor.
Paso al banco, saco el dinero, vuelvo a mi bici, ando hasta la parada del tren y cuando estoy por entrar, la mano de una señora y la mía se encuentran por accidente. La miro a los ojos cuando le digo buenos días.
Me subo al tren ligero, de color azul e interiores modernos. Como es temprano, va relleno de gente, tengo que ir pegado a la puerta. Quince minutos y estoy entrando, ahora, en el metro.
Tomo el metro sin contratiempos, y aunque hay bastante gente que espera, alcanzo a colarme hasta un asiento. Voy el resto del camino sentado mientras observo a la gente de esta ciudad. A un lado de mí un señor. Junto a ese señor una señora que despierta mis ganas de conversar.
“Buenos días, no pude evitar notar sus manos”.
Algo así comenzaría la conversación, pero no lo hice.
Cuando estoy a dos estaciones de mi destino. Me pongo de pie y voy ocupando estratégicamente un lugar para hacer un descenso eficiente.
Por fin salgo del subsuelo.
Pero antes, porque una parte de la línea azul del metro es exterior y luego se sumerge, pienso en un título quizá para la historia que escribo ahora, o quizá para alguna otra. Hasta volver a la superficie. Ahí está el título, por si a alguien le despierta escribir al respecto. En un taller de literatura al que asisto, le llaman detonante. Así, que ahí está el título por si a alguien le detona algo.
Bueno, salgo del metro y el sol me da de lleno. Tengo que cruzar la calle para llegar a las oficinas del registro civil. La calle está atestada de autos, congestionada, porque aún hay una obra en progreso que al parecer no tiene fin.
Ningún automovilista nos sede el paso, pero después de un tiempo, cuando a mi lado de la calle llegan más personas, todos nos arrojamos para detener el tráfico y poder pasar.
Aunque hay mucha gente los trámites son bastante rápidos. Mientras hago la fila para pasar a la ventanilla, veo a una anciana. Pienso en lo terrible de convertirse en anciano.