Qué decir. Cómo empezar.
Pues bien, lo más sencillo, describiré los hechos.
La cita fue en el monumento a la revolución a las once y media. Aunque a esa hora como tal no empezó la marcha. Fue en realidad más cerca de las doce del día. Las personas (¿instinto humano de comunidad?) empezaron a conglomerarse, formando una masa, que imagino se vera desde los helicópteros que circulaban por los aires, indescifrable, una mancha homogénea, total, única. Como una parvada de pájaros negros que vuelan y se mueven al mismo ritmo. Que avanzó desde el monumento a la revolución hasta llegar al zócalo.
Ahí había personas de todos los aspectos. Imagínenlo.
Carteles sobre las cabezas. Gritos de furia bien pensados, incluso versados en verso.
Hombres, mujeres, ricos y los no tanto se juntaron con un mismo objetivo.
¿Cuál? Te preguntas, y creo no debo dar la respuesta, pues es tan ovia.
Al verlos marchar y gritar en coro efusivo, uno no puede evitar pensar en la convicción de las personas. Sin embargo, no fue algo histórico. No se conglomeraron ni diez mil personas. Un par de miles seguro.
Quizá me equivoco.
Pero si en verdad querían lograr que su voz se escuchara, debieron hacer la marcha cualquier día entre semana desde las siete de la mañana, ahí si que hubiese una parálisis.
Pero, ¿qué los lleva a tener una creencia tan fuerte?
Eso, como alguien dijo, es un misterio.
Pero que deberíamos llevar a la practica en nuestra literatura. Creer firmemente que podrá lograr algo, tocar las entrañas recónditas, de buena forma, de otro ser humano.
Entre todas aquellas personas, me sorprendió ver a los que ven oportunidades de hacer dinero en cualquier cosa. Banderas, tazas, paliacates. No sé porqué, pero esto llamó mucho mi atención.