Foto de Abhay Singh en Unsplash
Leo una novela de la cuál no diré el título porque las lecturas son personales y cada quién encuentra las suyas.
Es tan de mal gusto como confesar los males estomacales.
Pero tenía pensado otras palabras para este artículo, sin saber siquiera a ciencia cierta qué es lo que iba contar.
Como me suele pasar, al parecer, las eh olvidado, así que improviso.
Por qué no hablar de mí. En este mundo que gira en torno nuestro.
Conseguí un nuevo trabajo.
Al fin y al cabo no tengo ganas de ir a donde.
Ahora quiero explorar otras facetas de la vida.
La monotonía, que parece prometedora.
Tan amplia como el mundo.
Aunque este, en ocasiones, se contraiga.
Empecé un nuevo trabajo en una zona de la ciudad en la que vivo, por la que no acostumbro moverme.
Es más gris y está llena de puentes, bajo los cuales abundan los paseos y canchas de cemento.
Hay más personas que viven en la calle, que se drogan, así, en público.
Un par de tortillerías, estéticas, barberías, fruterías, perros callejeros, dos patos; alguien que vende canarios amarillos.
Más puentes.
Carros que no paran de ir y venir todo el día. Me da la impresión de que se parecen a un rio. El rio del flujo de tránsito.
La zona esta llena de vida.
Durante el atardecer, como mis alimentos. Ayer lo tomé en el jardín; los niños jugaban, las parejas paseaban a sus perros. Hombres y mujeres ejercitando sus cuerpos.
Y sus rostros. Que ignoro la mayoría del tiempo porque hay algunos que no soportan ser vistos.