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Fue un sábado por la tarde. Yo venía en bicicleta desde el centro de la ciudad. Tuve que recorrer seis kilómetros y medio para llegar a mi casa. Pero me detengo en una esquina. Dentro hay una barra metálica donde puedes comer la pizza, Hotdogs, y todas las chucherías que compres.
Ya para aquel sábado este lugar es uno habitual de mis días. No de todos, pero algunos.
Ese sábado llego como a eso de las siete de la tarde (¿o de la noche?).
Pido en la caja una rebanada de pizza y la pago. Camino directo a la barra, y hay dos opciones para escoger, una es mirar la avenida, de hecho una conjunción donde se une otra avenida por lo cual ves carros subir o bajar, cruzar o venir; la segunda opción es mirar dentro del local. Por alguna razón que aún desconozco, elijo la segunda.
Doy una mordida a mi rebanada de pizza: Mucha masa, poca salsa de jitomate, queso en moderación, y unos cuantos peperoni.
Pero por veinte y siete pesos, la disfruto.
Pienso en la mujer que está ahí cuando voy a rellenar el café en las mañanas y pido un panqué y lo como mientras doy sorbos al café, y ella, se maquilla.
Pero aquel sábado el restaurante está poco frecuentado. El cajero tiene una sonrisa en la cara. Es un optimista, pienso, y doy otro mordida a la masa.
La verdad es que no es un restaurante, en realidad es un Seven-Eleven.
Otra verdad: No pudo escribir esta crónica porque aquel sábado ya pasó hace demasiado tiempo. Todo lo que puedo escribir sobre ello es de la pizza y el café. Los panqués son pasables porque por lo general tienen uno o dos días, quizá hasta tres.
Olvidé preguntarle al cajero de turno qué días llega el pan fresco.
Ahora, hasta la próxima vez que regresé por ahí.
Aquí termina mi croniquita.
Y me pregunto:
¿Qué es una crónica?
Fuertes abrazos: MANKSTO.